jueves, 5 de abril de 2012

Apurando el final



Lunes, 2 de abril de 2012. Viana do Castelo-Valença do Minho

Salimos de Viana hacia el norte por la costa. Resulta un paseo tranquilo y muy agradable. Placentero hasta Carreço, donde no tenemos más remedio que  retomar la N13. Nos metemos una subida importante hasta el faro, con la esperanza de poder disfrutar de unas vistas espectaculares, que luego no tienen mayor encanto y quedan empobrecidas por la niebla que se ha empeñado en eclipsar todo el paisaje. Pocos kilómetros después, el Minho en su desembocadura se cruza nuevamente en nuestro camino y caminamos por su margen izquierda hasta Caminha, donde un afluente portugués, el río Coura, aporta aguas dulces a su cauce antes de confundirse con el mar.

En Caminha nos sentamos un ratito a descansar, tomar un refresco y disfrutar en la emblemática plaza de la que lo único claramente criticable es el nombre. No se puede considerar acertado que a una plaza histórica, rodeada de edificios nobles como la Torre del Reloj -de la que habla con admiración Saramago-, la Iglesia,. el edificio del Ayuntamiento de la ciudad y los restos de la muralla, se le ponga por nombre Plaza del Consejero Silva Torres que, a buen seguro (nadie lo pone en duda),  se trata de una persona importante. Al margen de la calidad humana y de los merecimientos propios del consejero en cuestión, la plaza goza de atributos sobrados para denominarse Plaza de la República, Plaza de la Libertad, Plaza de Portugal o Plaza Mayor. 


Con el calorcito de los rayos de estos primeros soles de abril se multiplica la sensación placentera de relajo durante el ratito que permanecemos sentados en la plaza. Un muy corto (al menos, así nos parece), pero intenso momento delicioso, que quebrantamos para retomar sin demasiado entusiasmo las bicicletas. Antes de arrancar aplacamos el sinsabor del trago con uno de esos maravillosos dulces que los portugueses bordan.

Desde Caminha salimos camino de Valença do Minho, a hacer los 27 km que nos faltan. Son kilómetros atontados, un poco más sosos, de los de darle a las piernas sin parar, kilómetros carentes de deleite visual que, por fortuna, se deslizan fluidos debajo de nuestras ruedas con relativa facilidad, aunque lo hagan de forma menos grata que los que hemos venido haciendo hasta aquí pegados al mar y que ahora empezamos a rememorar con envidia, casi con nostalgia en algunos momentos. Me entretengo con facilidad y cierta frecuencia a captar imágenes de diferentes tipos de "alminhas", esa especie de pequeños altares que suele abundar en los cruces de caminos en Portugal, para orar en favor de las ánimas del purgatorio a fin de que dejen definitivamente de penar y puedan alcanzar el paraíso. Hacemos una parada corta en Vila Nova de Cerveira, que nos sirve para recrear nuestro bautismo en esto de la bici con alforjas el año pasado. Nos entretenemos un rato admirando con detalle el magnífico patio del edificio que hoy a coge a la biblioteca municipal (Solar dos Castros).

Sala de espera de la estación de Vila Nova de Cerveira

Casi sin percatarnos nuestro viaje se precipita hacia el final. Tenemos que echar mano de Saramago para que no nos embargue ese punto de amargura del que suelen teñirse todos los finales. “El viaje no acaba nunca. El fin de un viaje es sólo el inicio de otro. Hay que ver lo que no se ha visto, ver otra vez lo que ya se vio, ver en primavera lo que se había visto en verano, ver de día lo que se vio de noche, con el sol lo que antes se vio bajo la lluvia, ver la tierra verdeante, el fruto maduro, la piedra que ha cambiado de lugar, la sombra que aquí no estaba. Hay que volver a los pasos ya dados, para repetirlos y para trazar caminos nuevos a su lado”. No es porque lo diga alguien al que le han concedido un premio Nóbel,  que algo de autoridad imprime a cualquier cosa que diga, pero sabemos sin ningún género de dudas que tenemos que volver a Portugal. Nos queda mucho pendiente. Estamos seguros de volver de nuevo a la bici con alforjas, tenemos que volver al viaje porque ciertamente cualquier viaje es el prólogo de una ventura, el preludio de muchas cosas que están por llegar y que se esconden detrás de cualquiera de las esquinas con las que te encuentras en el camino.

Al llegar al restaurante Stop, a muy pocos kilómetros de Valença do Minho, comprobamos resignados que el lunes es su día de descanso, por lo que no vamos a poder disfrutar del sabroso bacalhau que tan bien preparan en este sitio. Veníamos soñando con él, favoreciendo la secreción de jugos gástricos hablando durante los últimos kilómetros de las diferentes formas que lo preparaban, cada cuál más sabrosa. Batacazo. No va a poder ser esta vez. Para más inri (todo se confabula para empañarnos el fin del viaje), tan sólo un rato después, y ya con Valença a la vista, pincho en la rueda trasera. Alguien diría que las desgracias nunca vienen solas pero, por suerte, desgracias de este porte se pueden digerir sin mayores complicaciones unas cuantas aunque vengan juntas. Realmente entran en el capítulo de enredos, mejor llamarles gajes del oficio que otra cosa. El ritual de cambio de cámara frente a una gasolinera nos enreda unos 15 minutos. Después retomamos la marcha. Terminamos así los 60 kilómetros de la etapa y nuestra incursión en Portugal. Frente a la estación de ferrocarril, donde a la ida habíamos dejado aparcado el coche, mostramos alborozados a la vuelta nuestra satisfacción. Ahora toca regresar. De vuelta a casa.



lunes, 2 de abril de 2012

Nos encontramos en Viana con la Semana Santa





Domingo, 1 de abril de 2012

Ferreira se brinda a bajarnos desde el monte Sao Felix a la carretera, pero nos aconseja que en vez de ir hacia Povoa de Varzim,lo hagamos hacia Estela, en la misma carretera N13, pero ya más arriba. Está más cerca de Viana y se acortan unos cuantos kilómetros. Así lo hacemos. Nuno Ferreira lleva las bicis en un coche y nosotros vamos en el otro, con su padre. Nos dejan en Estela y nos despedimos con un abrazo sincero y con ganas de volver a vernos pronto.

En Estela hay una gran feria. Fundamentalmente se trata de productos agrícolas, pero también abundan los textiles, las prendas de vestir, pequeñas máquinas y útiles-herramientas, productos para el campo, animales vivos, alfombras, pequeños muebles de madera y artículos de cocina y hogar. Una especie de Corte Inglés desparramado, que recuerda a los zocos marroquíes o egipcios. Se ve que tiene éxito porque está abarrotado de gente y los dos márgenes de la carretera, durante varios kilómetros, atiborrados de coches.

El tiempo es el mejor para la bici, ligeramente cubierto y un poco fresco. La carretera hasta Esposende es llana, con un buen arcén y aburrida, por lo que hacemos unos cuantos kilómetros a buen ritmo. Poco antes de Esposende circulamos otra vez por alguna pasarela junto al mar, muy agradable. Desde aquí el camino se hace más rutinario (es la primera vez que observo que rutinario viene de ruta y ahora estoy convencido de que sé exactamente lo que quiere significar). Es domingo y nos cruzamos con muchos ciclistas, profesionales, aficionados, solos y en equipo, con alforjas como nosotros, en familia o de paseo. Hay mucha afición a la bici en esta zona costera de Portugal.

Durante estos kilómetros monótonos es cuando te paras a darle vueltas a las cosas, a pensar. Yo cavilo sobre esta forma de viajar, o quizás sobre viajar, sin más. Creo que lo bueno de moverse fuera del ámbito al que estás acostumbrado, al círculo que dominas, al entorno más familiar, es que te expones. Te enfrentas a nuevos paisajes, a nuevas circunstancias, a situaciones a las que estás menos acostumbrado y con unas herramientas que no son las habituales, las que tienes y conoces de siempre. Es importante porque de esas nuevas relaciones con aquello que te rodea surgen nuevas preguntas y nuevas respuestas, que enriquecen con nuevas soluciones e incluso con nuevos problemas que no te formulabas en tu marco habitual.

Pasa rápido el tiempo en medio de la elucubración. Por fin divisamos el fantástico puente de Viana do Castelo sobre el río Lima. Aunque hemos acortado un poco la etapa ya llevamos 37 kilómetros en las ruedas. Bueno, en las ruedas y en las piernas pero yo, sobre todo, donde peor los llevo en el culo. Está claro que para meterte con éxito en una aventurilla ciclista de éstas por etapas conviene unos días antes hacer horas en el sillín para que se endurezca el trasero previamente y luego no te de la lata durante el viaje.

Al subir a la Plaza de la República oímos cornetas y tambores y nos acordamos que estamos en Semana Santa, de la que nos habíamos olvidado por completo. Hoy es domingo de Ramos. Se monta una buena en la plaza de Viana. Con voz dramática, el obispo radia en directo para todo el pueblo desde el balcón del antiguo Ayuntamiento el encuentro entre Jesús camino del calvario y su madre. Los dos "pasos" se encuentran frente a frente. Un espectáculo de fé que se vive con fervor religioso y que así se aprecia en los rostros de los ciudadanos allí congregados.


domingo, 1 de abril de 2012

Un camino de rosas






Sábado, 31 de marzo de 2012.

Nos despedimos de Oporto y, otra vez, al llegar el momento nos damos cuenta de Oporto es mucho,  de que nos ha faltado tiempo, de que nos vamos con sensación de hambre y de que se nos queda mucha ciudad pendiente para la próxima. La conclusión en parte nos apena, nos hubiera gustado poder disfrutar de ella un poco más, pero también resulta un excelente aliciente. En la agenda vital dejamos grabado a fuego que no tenemos más remedio que repetir pronto. Oporto se lo merece.


En vez de elegir la carretera directa a Povoa de Varzim, hemos optado por hacer la salida de Oporto hacia el oeste, por Matosinhos, siguiendo la ribera del Duero hasta llegar a la desembocadura. Son algunos kilómetros más, pero acertamos de pleno. A partir de ahí, giramos en dirección norte y, siempre en paralelo al Atlántico, nos hemos ido encontrando con vías ciclistas y unos paseos peatonales de madera entre dunas que nos han hecho el viaje verdaderamente agradable. Placentero es el adjetivo que más veces hemos repetido durante el día. 

Hasta Angeiras el paseo se convierte en una marcha triunfal de playa en playa, una auténtica delicia, un lujo. Además, el tiempo nos acompaña y la temperatura es la ideal para andar en bici. Desde ahí tenemos que dejar circunstancialmente la ribera y nos metemos por una carretera adoquinada. El traqueteo nos molesta y nos machaca la espalda aunque, por suerte, no son muchos kilómetros. Nos incorporamos a la N13 y el resto resulta ya fácil de andar hasta Vila do Conde. 



Dice Saramago que en Vila do Conde hay mucho que ver y señala “una picota con un brazo armado de espada, figuración de una justicia que no precisa que le venden los ojos porque no los tiene”, la iglesia parroquial de Santa María de la Asunción y el convento de Santa Clara. Nosotros hacemos oídos sordos a las palabras del premio Nobel y nuestra atención se vuelve a detener y otra vez nos vuelven a gustar muchos rincones indefinidos, poco ortodoxos. Nos fijamos en una esquina de la plaza, en un café, en las barcas en el puerto y nos preguntamos cómo no hemos sido capaces de descubrirlos cuando veníamos por aquí con frecuencia. Concluimos que la nueva percepción está favorecida por la velocidad a la que nos permite desplazarnos la bicicleta, gracias a la cual las posibilidades de apreciación son sensiblemente superiores a las que tenemos cuando nos movemos en coche. Nos congratulamos de haber elegido esta forma placentera de viajar a lomos de estos vehículos tan ecológicos, tan cercanos, tan agradecidos y tan autónomos que se llaman bicicletas y que tantas cosas buenas nos aportan.

Desde Vila do Conde seguimos la costa por el carril-bici hasta Póvoa de Varzim. Cuando llegamos ya llevamos recorridos unos 46 kilómetros y empezamos a acusar el cansancio. Hacemos sin prisas el largo del paseo marítimo de sur a norte. Al pasar frente al Grande Hotel rememoramos un montón de cosas de nuestro pasado en la villa, a la que hemos venido con frecuencia en Navidades. Durante bastantes años Povoa de Varzim era la cita familiar obligada para entrar con buen pie todos juntos en el nuevo año. ¡Cuánto ha cambiado todo! Nosotros también. 

Estamos ya cansados. Quemamos los últimos cartuchos para acometer los 7 kilómetros que nos separan de Laúndos, donde está el entrañable Sao Félix Hotel en el que nos alojamos. Tal como habíamos quedado, cuando llegamos al cruce, llamamos al dueño del hotel, Nuno Ferreira, para que nos baje a recoger. ¡Qué gusto! Con 54,6 kilómetros en las piernas, ya no hubiéramos podido con la cuesta que nos separaba del monte San Félix. La entrada en el hotel se convierte en un revuelo de recuerdos apelotonados. Otra vez aquí.


Oporto, los encantos silenciosos

Viernes, 30 de marzo 2012

Nos cuesta dios y ayuda deshacernos de las sábanas. A una hora intempestiva, totalmente impúdica, improcedente, el despertador nos zarandea para decirnos a gritos que tenemos una cita importante. Hay que estar en Valença do Minho a las 7 de la mañana y previamente hacer 180 kilómetros en coche. En contra de lo previsible, la llamada de Portugal nos proporciona unos bríos de los que carecíamos para ponernos en marcha.

Volvemos a estar en ruta y volvemos a percibir cómo se va produciendo la mutación habitual. Nuevamente, a pesar del sueño intenso, nos va invadiendo una consecuente sensación de movimiento, de itinerancia, se va asentando en nosotros la impronta trashumante. Poco a poco empezamos a notar los efectos de esa borrachera imprecisa que inevitablemente implica sentirse viajero.

Desembarcamos con las bicis en Porto Campanha a eso de las 9:45 y nos dirigimos directamente al Boavista Guest House, en el que ya habíamos estado la vez anterior (para los detalles entrar en el apartado Paradas en el camino).

Decidimos dejar las bicis en el hotel y recorrer Oporto a golpe de zapatilla.

En el camino hacia el centro, avanzar con el plano en la mano o desplegarlo en un cruce de calles es el mejor reclamo para que vayan acercándose todas las especies locales de portugueses: gente acelerada que se para convencida de que sin su ayuda estás perdido, pedigüeños que huelen la posibilidad de encontrarse algún euro fácil, personas atentas que por encima de todo se empeñan en llevarte a donde no pretendes, algún joven con la clara intención de hacer prácticas de lengua extranjera, curiosos pertinaces empeñados en meter la nariz en cualquier parte y otros tipos variados de razas urbanas. Todo el espectro va surgiendo por entre las esquinas conforme avanzas con el plano en la mano hacia el centro de la ciudad.

Oporto es una ciudad histórica que, como tal, encierra miles de tesoros. Pero, casi con seguridad, los más preciados no son los más llamativos. El paseo por sus calles, las fachadas, sus colores y su “aire” determinan de forma muy marcada su carácter. Posiblemente sean esas sensaciones callejeras más identificativas que la Sé Catedral, la torre dos Clérigos, la estación de San Bento, el palacio de la Bolsa, la iglesia de San Francisco, el legendario café Majestic o la célebre librería Lello . Hay mucho Oporto atractivo escondido en sus calles, en sus adoquines, en sus fachadas, sin necesidad de recurrir a sus grandes monumentos. En esto -y sin que sirva de precedente-, no estoy de acuerdo con Saramago que “acepta los principios básicos que mandan prestar atención a lo antiguo y pintoresco y despreciar lo moderno y banal”. Dice el premio Nobel que “tiene el viajero la buena justificación de ser de bellezas grandes su búsqueda”, lo que en principio puede parecer saludable, pero no siempre es la mejor premisa. No es una regla universal que lo más interesante lo vayamos a encontrar en los grandes legados históricos, ni que la belleza de las cosas pequeñas no sea una gran belleza. Muchas veces la maravilla nos la tropezamos sin querer, escondida en cualquier esquina. Depende –y mucho-, de los ojos del observador y de sus intenciones.


La primera sensación, que se percibe desde la piel aunque luego se confirma, es que Oporto no es de belleza impactante, no es espectacular, no es descarada. Muchas ciudades despliegan arrolladoramente sus excelencias, las evidencian ostentosamente. Es fácil asociar la ciudad a sus referencias importantes, a significados edificios y a los monumentos que la realzan, se airean a los cuatro vientos los argumentos en los que basan su fama y muestran con generosidad sus encantos. Reparten por doquier y a manos llenas sus atributos principales y sus tesoros ocultos, sus grandezas. En el caso de Oporto, su grandeza es de letra pequeña y hay que irla descubriendo poco a poco, desperdigada sin ostentaciones por toda la ciudad. De manera sigilosa Oporto reparte pudorosamente sus múltiples atractivos por todos los rincones del casco antiguo. La ciudad está así impregnada  de un carácter muy especial, distinto, a todas luces menos estruendoso pero equiparable al de las urbes más tentadoras. Por eso resulta imprescindible recorrer sus calles sin prisas y con los sentidos bien despiertos para disfrutarla plenamente, para poder descubrir todos esos tesoros escondidos que encierra y que pueden surgir de improviso desde cualquiera de sus rincones.

Hemos querido hacer el descenso por esa incierta Escalera de las Verdades que Saramago propugna, en la que “los chiquillos juegan a lo que pueden y hay grandes flámulas de ropa tendida en los edificios que pudieron crecer hasta el primer piso”.

Al final, concluimos con él que efectivamente Porto es “un estilo de color, un acierto, un acuerdo entre el granito y los colores de la tierra”, y terminamos la jornada convencidos de que la auténtica historia de Oporto la hemos encontrado en la ropa colgada en la calle, en alguna fachada desconchada y entre las luces y las sombras de un boqueante mercado del Bolhao que se agita contra el tiempo, luchando por seguir manteniendo sus señas de identidad.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Con Saramago


Viajar a Portugal con Saramago es una experiencia única, un lujo. Porque conmueve, porque con él no solamente se desplaza uno de un lugar para otro por esos rincones que él adora, sino que, además, te enseña a utilizar el viaje como descubrimiento, como invitación a la reflexión y como búsqueda continua. Es el mejor compañero de viaje en cualquier circunstancia pero, si cabe, mucho más cuando uno se mueve por su tierra. Saramago, cuando viaja, va registrando el tránsito, va husmeando puertas, descubriendo caminos, disfrutando paisajes, compartiendo emociones. Se pasa el viaje conversando con el tiempo, con la gente, con los árboles y consigo mismo. Conocer de cerca Portugal y aprender a viajar son dos de los grandes motivos por los que queremos que nos acompañe.

lunes, 12 de marzo de 2012

Portugal, ¿por qué te quiero tanto?


Volvemos a Portugal, un reencuentro ansiado, una vuelta a ese país vecino en el que, a pesar de la proximidad, de la familiaridad y de sentirnos como en nuestra propia casa, siempre tenemos la sensación de que nos encontramos en un destino especial, fascinante e incluso, en algún sentido, exótico. Nos apetecía volver a encontrarnos otra vez con la vida portuguesa, respirar la calma, sentir de nuevo la belleza del paisaje, el embrujo de sus rincones, refrescar a Saramago, saborear una gastronomía deliciosa, disfrutar de la amabilidad de sus gentes y perdernos. Casi nada.

lunes, 5 de marzo de 2012

Programa inicial para cuatro días


Viernes, 30 de marzo 2012
Salida hacia Portugal

Llegada a Oporto a una hora temprana. Visita de la ciudad en bicicleta. Hay que aprovechar el día para comprobar si efectivamente Porto es “un estilo de color, un acierto, un acuerdo entre el granito y los colores de la tierra”, como dice Saramago.
El premio Nobel recomienda arrancar desde el Largo da Sé, bajar por las Escadas das Verdades hasta Ribeira, pasar bajo el arco de la Travessa dos Canasteiros, pasear por las calles y luego subir por al Rúa Escura hasta la plaza de la Catedral. Alaba la talla barroca de San Francisco, dice que es la mejor talla dorada del país, la iglesia de Santa Clara y la Fuente del Pelícano. Al atardecer, se hace imprescindible un café en el célebre Majestic.

Sábado, 31 de marzo de 2012.
1ª etapa: Oporto- Povoa de Varzim
Aproximadamente 42,6 km.

La salida de Oporto la haremos siguiendo toda la ribera del Duero hasta llegar a la desembocadura. A partir de ahí, giramos en dirección norte y siempre en paralelo al Atlántico. Hasta Vila do Conde hay unos 32 kilómetros.
Dice Saramago que en Vila do Conde hay mucho que ver (y señala “una picota con un brazo armado de espada, figuración de una justicia que no precisa que le venden los ojos porque no los tiene”, la iglesia parroquial de Santa María de la Asunción y el convento de Santa Clara).
Después, desde ahí, ya hay un cómodo carril bici hasta Povoa de Varzim.
Cena temprana en la famosa Casa dos Frangos. Alojamiento en Sao Félix Park (Laúndos).

Domingo, 1 de abril de 2012
2º etapa: Povoa de Varzim-Viana do Castelo
Aproximadamente 44,8 km.

Si salimos de Laúndos se puede ir hacia Estela a coger la N-13, se ahorran bastantes kilómetros.
Salida por A-ver-o-mar y Aguçadoura (a dónde dice Saramago que había ido a ver los campos-masseira –que inventan agriculturas en tierras estériles-) hacia Esposende (alrededor de 19 kilómetros). Desde allí quedan otros 25 km.
Según Saramago, Viana do Castelo es pródiga en puertas y ventanas manuelinas. Destaca de la ciudad el museo, con la más completa colección de cerámica portuguesa y unos muebles muy bien conservados.

Lunes, 2 de abril de 2012
3º etapa: Viana do Castelo- Valença do Minho
Aproximadamente 50,3 km.

Salida hacia el norte por la N-13. Se pasa por Carreço y Afife. Poco después el Minho se cruza en nuestro camino y caminamos por su margen hasta Caminha donde desemboca el río Coura.
De Viana do Castelo a Caminha hay 23,3 km. Aquí Saramago recomienda la visita a la casa quinientista de los Pitas, la Torre del Reloj y los restos de la antigua muralla.
De Caminha se sale en dirección a Valença, a unos 27 km. Se pasa por Vila Nova da Cerveira, en la que Saramago no se paró en su Viaje a Portugal, de lo cual se lamenta. Resaltables el castillo del siglo XIV, varias iglesias, a Fonte da Vila y la Casa Verde, de estilo brasileiro.
Cena de despedida en el restaurante Stop. Obligatorio el bacalhau.
Regreso.