Paradas en el camino

En el corazón de Oporto

En la rúa Boavista 667 hay un hotelito muy acogedor, el Boavista Guest House. El año pasado por estas mismas fechas lo descubrimos y nos dejó tan buen recuerdo que decidimos volver. Tiene tres plantas y está decorado con sencillez y mucho encanto; las paredes pintadas de amarillo vivo y los techos rojo anaranjado, contrastan con el verde musgo de la amplia y soleada terraza en donde resulta una gozada sentarse a leer un libro o simplemente a solazarse con los primaverales rayos del sol, que cuando sale, y a nosotros nos salió las dos veces que estuvimos, es de lo más acariciador. Pero, si la decoración del hotel nos conquista por lo alegre que es, las recepcionistas ponen la guinda. Nos recibe por la mañana Ana, un encanto, y por la tarde,Gabriella, la dueña, una rubia muy guapa, que nos da todo tipo de informaciones para ir a cenar. Había un abanico de posibilidades. La primera era el Tito II, en Matosinhos, la zona de los pescadores. Esa opción la habíamos elegido el año pasado. Resultó muy bien, pescado a la brasa asado en parrilla al aire libre, pero nos quedó el mal recuerdo de todos los kilómetros que tuvimos que hacer en la bicicleta. Hay que decir, que la rúa Boavista, termina donde comienza la avenida que lleva el mismo nombre y que en vez de llamarse así debería llamarse Avenida Interminable porque es eterna, tiene más de seis mil números. Gabriella intenta convencernos de que la distancia no es inconveniente porque podemos ir en metro, desde Carolina Michaelis, hasta Brito Capelo, en Matosinhos, total doce estaciones por la línea azul, y luego un pequeño paseo hasta llegar al restaurante; pero realmente estamos cansados y optamos por otra de las opciones de Gabriela. Y no nos equivocamos.

No buscamos alojamientos ni restaurantes con lujos, es más, no nos atraen especialmente, pero sí que nos detenemos en esos sitios, a veces difíciles de encontrar, exentos de pretensiones, pero con calidad y buena atención. En ese sentido, la Casa de 3, cumple todos los requisitos. Está situada en la recoleta Plaza de Largo do Priorado, justo detrás del hotel. La taberna tiene mucho encanto; en el interior apenas cuatro o cinco mesas de madera y en el exterior unas cuantas más de color naranja: Allí nos sentamos porque la noche primaveral invitaba a disfrutar del condumio al tiempo que hacíamos lo propio con el panorama visual: la pequeña iglesia románica de Cedofeita, rodeada de árboles, imprimía paz al urbano rincón.

Alexandra, la camarera que nos atendió, deliciosa en el trato y la amabilidad. A mí Portugal siempre me enamora porque me siento en el extranjero y a la vez en casa. No sé si porque soy gallega y los tengo muy próximos o por cual otra razón, pero el caso es que siento a los portugueses muy cercanos. Bueno, pues Alexandra nos ofreció las posibilidades gastronómicas de Casa de 3 que, aunque no tiene una carta muy variada, la verdad es que todo lo que tomamos estaba muy bueno: El aperitivo, eso que siempre te ponen en los restaurantes portugueses y que si no quieres pagar ni aumentar michelín, debes advertir que te lo retiren, nos tentó y decidimos “pecar”, un paté de atún riquísimo, unas aceitunas idem, la siempre sabrosa mantequilla portuguesa, todo acompañado de diferentes panes: biscotes, brona y baguette, una botella de vino verde Casal García, joven e refrescante, como rezaba la publicidad de la etiqueta y, ¡a vivir que son dos días! De menú pedimos una ensalada mixta y el bacalhau à Bras, una especie de revuelto de tiras de bacalao, cebolla, patatas y huevo, que estaba buenísimo. José se tomó un café y yo me terminé la botella de agua porque el vino nos lo habíamos pimplado. No me cabía un alfiler, ni postre ni ná de ná. Todo por 22,75. Hoy prometo renunciar al aperitivo, no por el bolsillo ya que el precio fue estupendo sino por la chicha que se me aposenta en la cintura.

Antes de partir, desayuno en el Boavista, incluido, of course, en los 50 euros que nos costó la habitación doble. El desayuno estupendo: café, zumos variados, yogures, bollería, embutidos, mantequilla, mermelada y naranjas. ¿Qué más se puede pedir si no quiere ponerse uno como una ballena nada más comenzar el pedaleo? Pues eso. Lola Ramírez

En Póvoa, reencuentro con el pasado

Nuestra primera etapa de bicicleta, Oporto-Povoa do Varzim, finalizó tras 55 kilómetros en el Sao Félix Hotel, un establecimiento al que le tenemos mucho cariño porque aquí hemos celebrado durante muchos años el fin de año en familia. El hotel es muy bonito y tiene un enclave idílico, en lo alto del Monte San Félix. La subidita hasta la puerta del hotel se las trae, superior a nuestras fuerzas y nuestras edades. Por aquello de la amistad que ha unido siempre a nuestras familias, Nuno Ferreira, el hijo del Sr. Ferreira, que es el dueño del hotel, se brindó para irnos a buscar a Laundos. Y así fue. Sudorosos, impresentables, hechos un asquito después de varias horas pedaleando, nos recibieron como a auténticos marqueses. Y nos encantó, claro

La habitación, estupenda, una suite;  habitación, baño y salita con terraza, amplio sofá, televisión y sobre la mesa una bandeja con una botella de Oporto, un platito con pastas y un cesto con frutas. ¡La bomba! Estos detalles del San Félix ya los recordábamos de cuando veníamos aquí a despedir el año, pero la verdad es que nos encantó de nuevo el detalle.

La cena, sencillamente deliciosa. El Sr Ferreira, que apareció en el aperitivo, tan entrañable como siempre. Se sentó un ratito con nosotros recordando con mucho cariño a mi suegro, con el que mantuvo una sólida amistad desde muy joven. La verdad es que yo había elegido este hotel, además de porque me gusta mucho su ubicación y el trato, porque me hacía mucha ilusión encontrarme de nuevo con Ferreira. Todo en el hotel sigue maravillosamente igual, el mismo y magnífico maitre, quien curiosamente también se llama Ferreira, los mismos camareros y recepcionistas y el mismo elegante trato. La cena excelente: un caldo verde de legumbres, un sargo a la plancha con verduritas y una dorada salvaje, acompañada de patatas hervidas. De postre crema de leite y manzana asada. Vinho verde, cómo no, para maridar los platos, que en esta ocasión era de la marca Tamares ¡delicioso! Quiero volver.

La noche perfecta, dormimos como bebés y nos despertamos reclamando la gasolina para emprender la etapa hasta Viana do Castelo. Abundante desayuno buffet: frutas variadas, zumos, leche, café, cereales, panes diversos, (exquisito el pan de centeno o de brona, no lo tengo muy claro porque la brona en Portugal es mucho más suave que en Galicia), embutidos, la deliciosa mantequilla que va a acabar con mi cinturita de “avispa” mermeladas, bollería…

Me bebí por lo menos cinco vasos de zumo de naranja, me encanta. En los hoteles es en el único sitio donde bebo zumo de bote y además con gusto. En casa siempre lo hago natural. Se nos acaba el Sao Felix por esta vez. Nos vamos con cierta nostalgia. Aquí se quedan muchos de nuestros recuerdos de años pasados, todos buenos; aunque haya gente que ya se ha ido para siempre. Queremos volver con nuestros amigos para que lo conozcan y lo disfrutemos juntos. Hasta pronto, Sao Felix!! Lola Ramírez


Viana do Castelo

Nuestra última parada para pernoctar la realizamos en la personalísima ciudad de Viana do Castelo. Allí nos sorprende  una curiosa procesión que retarda más de lo deseado mi imperiosa necesidad de encontrar un hotel para librarme de los sudores del pedaleo. Nos acercamos al Residencial Laranjeira, situado en la Rúa Candido Dos Reis, 45, en pleno corazón vianés. Se trata de un edificio remodelado y modernizado, muy minimalista y funcional, cómodo, con internet, baño en la habitación y todo muy moderno. No es el hotel de mis sueños, pero está bien y además nos atiende un señor de cierta edad muy amable. Él nos acompaña a la habitación, nos cuenta todos sus secretos y nos informa de dónde cenar por poco precio. Como es domingo, la mayor parte de los restaurantes cierran y sólo están abiertas algunas cafeterías de comida rápida, así como un restaurante de la misma empresa del hotel que se encuentra cerca. Vamos a verlo y aunque no tiene mala pinta nos desanima el que esté vacío, así es que decidimos deambular por la ciudad y ver si hay algo que nos seduzca. Y lo hay.

Esto de ir a la aventura es, como su propio nombre indica, una aventura, pero a veces se acierta. La Cervejaria Covas se encuentra escondida en una de esas encantadoras callejuelas de Viana, paralelas al mar. Nos detenemos ante la aceptable carta (mariscos, pescados y carnes en la puerta del acogedor y pequeño local que, carente de lujos innecesarios, está dentro de nuestros gustos. Decidimos entrar. A José sobre todo le tienta la "Lingua de novilho estofada" y a mí casi todo. Al final acierto decantándome por un arroz de frango "caseiro de Cabidela". Este  nombre tan difícil significa que el arroz está hecho con la sangre del pollo mezclada con una vinagreta; a mí que, en según qué cosas, soy un poco asquerosita, me echa p'atrás lo de la sangre, pero decido arriesgar. El resultado es sorprendente y delicioso. Me olvido del principal ingrediente que impregna de ese curioso sabor al plato y me lo como todo todito, acompañado de una de esas sencillas y deliciosas ensaladas mixtas portuguesas con cebolla, lechuga y tomate. Vino verde para no perder la costumbre. ¡¡Me encanta!! y de postre una especie de brazo de gitano que aquí se llama Torta de Viana y que está relleno de membrillo. Una delicia. El restaurante nos obsequia con un riquísimo licor de café y con unos bombones. La cuenta : 42 euros. José dice que con los tiempos que corren se precisan cenas más frugales. Mañana fruta. 


El desayuno del Hotel Laranjeira es lo mejor del hotel y no porque la que suscribe sea un pelín glotona, que también, sino porque lo demás es un poco escaso, me refiero al espacio de la habitación. José y yo llevamos de recuerdo algún que otro moratón y no por haber pasado una noche loca, sino más bien porque las dimensiones de estas cuatro paredes propician el choque fortuito. Pero bueno, el desayuno arregló un poco el asunto. Agradable el local donde lo sirvieron, a esa hora, 8 de la mañana, vacío, y una vez más encantadora y servicial la muchacha que nos atendió. El bufé esplendido: fruta variada, yogures, mermeladas, bollería diversa, dulces, café, zumo de naranja... Nos preparamos a conciencia para la última etapa que promete ser dura y nos despediremos con cierta pena de este recorrido bicicletero, haciendo alusión, mentalmente, al pensamiento de Saramago: "el viaje nunca termina el que termina es el viajero".


Lola Ramírez

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